Las consecuencias sociales de esta fractura en clave
generacional son importantes: ruptura del ascensor social, desincentivos a los
procesos formativos o fragilidad de las instituciones sociales construidas
sobre la solidaridad intergeneracional, como la Seguridad Social.
Sin
olvidar que la sensación de inseguridad que provocan genera, en amplios
sectores de la ciudadanía, la búsqueda
de soluciones políticas fáciles, cuando no simplistas, en las que las
propuestas construidas sobre la oferta de seguridad –seguridad frente al
futuro, seguridad frente a los riesgos, seguridad frente a los otros, los bárbaros–
adquieren mucho predicamento.
Y las consecuencias
políticas no son menores: deslegitimación de todas las formas colectivas de organización
social, incluida el sindicalismo; aumento de las tendencias al individualismo,
como estrategia defensiva; fuerte hegemonía ideológica de valores como el de la
competitividad frente al de la cooperación, o auge de las opciones que identifican al otro como enemigo,
siendo el enemigo siempre alguien cercano.
En
cambio, el capital global y el poder
político de los mercados, al aparecer a ojos de la ciudadanía como un poder
muy lejano e inaccesible, se sale de
rositas de la ola de indignación que recorre nuestras sociedades.
La
facilidad con la que han penetrado las
respuestas de reparto insolidario de empleo, salario y riqueza entre los
trabajadores, dejando al margen de este esfuerzo redistributivo al capital,
expresa también la hegemonía ideológica de este modelo social imperante.
El
ejemplo más evidente es el “contrato
único”. Con la coartada de ser una política para reducir la dualidad entre
personas trabajadoras, lo que hace es reproducir esta ideología dominante
en la que el culpable de la falta de derechos de un trabajador joven no es un
sistema económico que busca beneficios intensos y a corto plazo, sino el padre
o el abuelo de ese trabajador. Lo que justifica
las propuestas de reparto insolidario del empleo, sin tocar los intereses
del capital.
Para
imponer ideológicamente estas alternativas políticas se incentiva la confrontación generacional, a partir de la culpabilización de los trabajadores con
derechos y empleo de calidad, por las condiciones de “privilegio” que ostentan
aquellos que han tardado varias generaciones de lucha para conquistar estos
derechos, frente a aquellos a los que se les niega.
Esta lectura ideológica se
ha trasladado también al debate sobre el modelo de protección social. Cada vez son más las
reflexiones, estudios y propuestas que plantean que el gran problema es la
desigualdad entre la protección social de los mayores y la de los jóvenes. Y la
insostenibilidad de un sistema que protege “en exceso” a las personas mayores pensionistas
en detrimento de las prestaciones sociales dirigidas a los más jóvenes. Por
supuesto, en estas reflexiones no
aparece nunca ni la insuficiencia del gasto social, ni la hipótesis de un mayor
esfuerzo fiscal del capital y el patrimonio para reducir la baja protección
social de los más jóvenes sin castigar a los mayores.
Esta
realidad que se está imponiendo en todos los países desarrollados tiene graves consecuencias sociales y
políticas.
La indignación frente a todo
lo preexistente es hoy la forma en que se expresa el rechazo, especialmente de los
jóvenes, hacia un modelo social y político que los excluye.
Y su respuesta es la
articulación política de este conflicto en términos generacionales, que no siempre expresan
la verdadera naturaleza del conflicto. El impacto se produce no solo en el
terreno político, también en el de las organizaciones sociales. Y muy
especialmente en todo aquello que afecta
al trabajo y a su función de socialización y articulación social y política.
Una
parte de los jóvenes no se está
socializando, porque no han tenido oportunidad de ello, en las formas de trabajo ni en las formas de
organización social construidas durante el siglo XX. Ni el centro de
trabajo actúa como espacio de socialización de trabajadores jóvenes que no
tienen estabilidad laboral alguna, ni el sindicalismo aparece como instrumento
válido para canalizar sus demandas.
En
este sentido, se ha producido una pérdida
de centralidad social del trabajo y del sindicalismo como organización que,
por otra parte, no está siendo sustituida por otras formas de organización
estable. Por eso, todos los movimientos sociales que pretenden ocupar este
espacio tienen una fuerte capacidad de galvanizar reacciones, pero muchas
dificultades para estructurarse de manera estable.
Y
ello tiene un fuerte impacto en la política, especialmente en el amplio
espectro de la izquierda política. Porque lo que en sus orígenes es una fractura laboral, social y económica,
se ha terminado convirtiendo en fractura política.
Es
por lo que la mayoría de reacciones
políticas que se están produciendo en Europa tienen a los jóvenes como
protagonistas principales. En apariencia, se trata de reacciones o
movimientos muy distintos entre sí en su expresión política, pero tienen un origen y unas causas compartidas:
la fractura social en términos generacionales y las dificultades para que
se expresen políticamente a través de los mecanismos sociales y políticos
existentes.
Conviene insistir en que el
conflicto no es nítidamente generacional. Continúan existiendo sectores de
trabajadores que aún se socializan en las formas tradicionales, en las que el
factor trabajo mantiene una fuerte centralidad, aunque las diferentes formas de
precariedad dificulta mucho esta socialización.
En
cambio, sectores importantes de jóvenes,
en general bien formados, que no se pueden encuadrar de manera cerrada en ninguna
categoría, pero que bien pudieran calificarse como los hijos precarizados de las clases medias, están protagonizando una
ruptura emocional, social y política con todas las formas de organización
social y política preexistente. Y están siendo los protagonistas en diferentes
formas y facetas de esta ruptura.
Esta
es una realidad compartida por todos los países desarrollados, que en España ha venido a coincidir con una
fuerte crisis política de matriz propia, la del agotamiento del sistema
político nacido de la Transición.
Sin
construir una respuesta compartida en clave social y política que evite caer en la trampa de sustituir el
conflicto social por un conflicto generacional, será muy difícil construir
una alternativa que rompa esta hegemonía ideológica y su correspondiente
mayoría política.
Este
es uno de los factores de fondo que hace
más compleja la confluencia política en proyectos que se han planteado
establecer puentes generacionales
Para articular esta
respuesta conjunta se necesita un relato compartido, que de momento no existe. Y
este es nuestro principal reto en los próximos años.
Un
reto que en España tiene cada vez más como eje una lectura compartida de la Transición de 1978 y de lo que ha venido a
llamarse la respuesta del Proceso Constituyente, idea tan polimórfica como
inconcreta
Sería
necesario que en este proceso de construir un relato y una estrategia
compartida no perdiéramos de vista que, hoy por hoy y con todas sus
contradicciones, la Unión Europea es el único
espacio en el que de momento podría articularse una respuesta al capitalismo
global en ciertas condiciones de construir un equilibrio político de
fuerzas.
1 comentari:
El extenso análisis, pero necesario, que hace usted de nuestra realidad, acierta (a mi parecer) en el diagnóstico, la solución es mucho más complicada.
La mentalidad dominante, ha admitido como normal un discurso que atribuye las plusvalías del sistema económico al empresario y que el trabajador tiene suficiente con su salario.
Partiendo de esta concepción, todo lo demás tiene una fácil explicación.
No ir a la raíz de los problemas hace que la confrontación política se antoje de maquillaje de la realidad y como consecuencia amplias capas de la sociedad no se quieren comprometer con un compromiso personal en soluciones, que los partidos políticos tradicionales ya no propugnan.
Ya se que la lucha política de la izquierda, tiene muchos representantes, unos mejores que otros, según lo posibilstas que sean ante las distintas coyunturas.
Estamos de acuerdo en muchos temas, pero innumerables matices nos separan. Tal parece ser el sino de la izquierda. Una pena.
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