En amplios sectores de la opinión publicada se ha
instalado la interpretación de los
resultados del 20D como un mandato de la ciudadanía a los partidos para que acuerden
y pacten. Según este análisis, esa es la explicación de unos resultados que
no otorgan mayoría suficiente a ningún partido.
No
comparto esta interpretación, en unos casos bienintencionada y en otros bien
interesada, de los resultados. Y no porque discrepe de la
necesidad de acuerdos. La política como la vida es o debería ser una
combinación inteligente de conflicto y acuerdo.
El pacto
deviene difícil, si no imposible, porque no forma parte ni de nuestra cultura ni de nuestras practicas recientes. No
olvidemos que hasta esta legislatura los pactos no han sido necesarios para
gobernar. Nuestro sistema electoral, que se presentó como garantía de estabilidad de una democracia débil, ha terminado siendo un
mecanismo para garantizar el turnismo bipartidista del siglo XX. Incluso
los acuerdos de PSOE y PP con CiU o PNV han sido más compromisos de autarquías mutuas que pactos de gobernabilidad.
Pero no todo es responsabilidad de la política y del
sistema electoral. La ciudadanía con su
comportamiento ha contribuido y mucho a la configuración de este escenario.
La ciudadanía al votar lo hace con una clara voluntad de que su idea de sociedad,
las propuestas que vota se impongan a las otras y se impongan en su totalidad,
sin matices ni condicionantes.
La idea
del pacto como traición es más fuerte que la idea de pacto como
aceptación de las limitaciones propias y ajenas. Y no solo en el espacio
político. Quizás porque el valor de la
competitividad sea hoy más potente que el de la cooperación. Aunque para
ello deba negarse que el equilibrio
entre competencia y cooperación ha sido el gran hilo conductor de la humanidad.
Esta es creo la razón de la gran dispersión de voto
y opciones electorales. Ni la ciudadanía
ni la política queremos reconocer las limitaciones, cuando no la impotencia de
la política para afrontar el poder cada vez más creciente de una economía y
mercados globalizados.
Los
humanos estamos poco preparados para aceptar nuestras limitaciones y menos
para afrontar la frustración que supone la limitación de nuestras capacidades.
A ello contribuye que la tradicional estructuración
del voto en un solo eje, el social, que en el caso de Catalunya siempre ha ido
acompañado del eje nacional, ha
adquirido mayor complejidad con la aparición de nuevos ejes, el que gira
alrededor del binomio viejo/nuevo o el que se articula en relación al debate sobre
más o menos Europa. Sin olvidar el eje no menos importante, de desarrollismo versus sostenibilidad
Les
sugiero que hagan un ejercicio de cruzar todos estos ejes entre sí y los trasladen a la
política española o a la más compleja política catalana. El
resultado de esta complejidad es el de la aparición de una multiplicidad de
espacios y opciones políticas. Y sinceramente no creo que existan tantas
opciones o soluciones para abordar el
gran reto del siglo XXI, que es la recuperación para la ciudadanía de la
soberanía frente a los poderes de una economía y unos mercados globales.
Pero el problema no es la existencia de muchas
opciones, que podría ser un signo de vitalidad política. Lo que complica la
política de acuerdos pre y postelectorales es que muy pocas de estas opciones se sitúan en el escenario de buscar la
transversalidad, de buscar los espacios comunes o que puedan llegar a ser
compartidos.
Más bien al contrario, se produce un enquistamiento en el espacio propio, que en la medida
que es la resultante de cruzar estos ejes diferenciadores resulta ser un espacio político a la par
pequeño y excluyente. Y ello se produce no solo entre partidos, sino en el
interior de los tradicionales partidos de amplio espectro o en las nuevas
coaliciones.
El
menosprecio a una propuesta transversal como la del referéndum que puede
hacer de puente entre posiciones que hoy se presentan como incompatibles es un
ejemplo. Como lo es también la dificultad
de construir una lectura compartida de la transición y el Pacto Constitucional
de 1978, que es imprescindible para llenar de contenido concreto y
compartido la propuesta de Proceso Constituyente. Sin olvidar la complejidad de la apuesta por la convivencia entre “lo viejo” y “lo
nuevo” en los procesos de confluencia que están intentando sumar espacios,
derribando muros.
De nuevo podemos responsabilizar en exclusiva a la
política institucional, pero todo apunta que en la construcción de este
escenario juegan un papel muy importante
los ciudadanos y quienes de manera muy activa contribuyen a configurar su opinión y estado de ánimo, los medios de
comunicación. .
De una lado la ciudadanía busca opciones que le den el
máximo de seguridad frente a la incertidumbre de un mundo global. Y ya se sabe
que para la condición humana la
seguridad siempre viene de la mano del simplismo y no de la complejidad.
Y de otro, la
seguridad en estos tiempos de incertidumbre va muy unida al reforzamiento del
individualismo. A la ciudadanía solo le ofrece seguridad aquellas opciones
que coinciden plenamente con su pensamiento y estado de animo.
En algunas ocasiones he tenido la percepción que
vivimos en una sociedad en que cada
ciudadano quiere una opción política hecha a su medida y al estado de animo de
cada momento. Quienes hayan vivido o simplemente seguido de cerca la vida política
catalana, pueden entender mejor a que me refiero.
En este escenario los últimos procesos electorales aportan alguna novedad que es signo de
esperanza, siempre con las suficientes dosis de lúcido escepticismo.
Se resquebrajan algunas opciones que han apostado por
los conflictos de bloques. Y ha aparecido de manera incipiente una reflexión en
el discurso político que tiene mucha potencialidad. La que identifica la diversidad no como un problema, si no
como una potencialidad.
Ojalá estemos transitando de la “destrucción
creativa” a una nueva etapa de “diversidad
creativa”.
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